domingo, 30 de agosto de 2009

Inmundo

Hoy vino a visitarme mi mejor amigo, y de sólo verle la cara empecé a recordar las de veces que habremos quedado re locos tirados en cualquier lado, hasta que a alguno de los dos les pintaba el "emo" y se iba a la mierda.
Que momentos eh, algunos irrecordables para el razociño y la ética humana que se emplea comúnmente.
Sí, ya lo se, mucho palabrerío boludo, mejor voy al grano. La cosa es que intuyo que estas cosas le pasan a una buena porción de rockeros que se hacen los rudos y después llegan a su casa para que mamá les de a nalgadas en el orto. Es que no puedo evitarlo, y caigo en la cuenta que con mi amigo siempre nos pasa lo mismo. Es la misma secuencia, el mismo recorrido. Nos juntamos en Belgrano y Entre ríos, 21 hs en punto o`clock. Damos una pequeña vuelta que nos deja en una plaza media tumba, estoy comenzando a creer que su intención es ultrajarme ahí mismo, pero nose aun jaja. Y empieza el ritual, nos preparamos para que entre en nuestro cuerpo. Nueve y 5 ya desconocemos hasta a la mujer que nos parió. Nueve y diez empezamos a hablar pelotudeces y discutir sobre temas de sexualidad que a nadie le interesan. Nueve y cuarto discutimos sobre la banda. Nueve y 17 (dos minutos para hablar de la banda es suficiente) hacemos una pausa y sólo nos decimos el uno al otro lo loco que estamos. Nueve y 20 ya dejamos de contar la hora, y pensamos que pasaron 5 días de locura in las vegas.
Cuando queremos bajonear buscamos un kiosko que este abierto, siempre elegimos lo mismo, esos bizcochos horribles que él cree que me gustan, pero no! Enterate loco que los odio con toda el alma. A la hora de pagar nos pasa siempre igual. La plata esta en la mochila, ahora el reto es descifrar en que lugar más precisamente se encontrará. Entonces frente al kioskero comenzamos a sacar todas las cosas, pensamos que el chavón nos está mirando y se está dando cuenta de la locura que traemos ensima. Sale el celular, los palos de la batería, la bufanda, la tanga fuccia, y no encontramos nada, hasta que nos damos cuenta que la plata ya la teníamos en la mano.
Hubiese jurado que estuvimos en ese kiosko por lo menos diez minutos, y en realidad fueron tres.

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